Detención
Miguel Hernández fue detenido el 30 de abril de 1939. El 9 de marzo abandonó Madrid a pie hasta las afueras acompañado por José María Cossío. A pie, llegó a Cox, en Alicante, donde se encontraba su familia. Había renunciado al asilo de la embajada chilena que le brindara el diplomático y escritor Carlos Morla Lynch. Tampoco subió al Stanbrook, el barco al que intentaron subir miles de personas con intención de exiliarse antes de la llegada de los mercenarios italianos de Gambara y las tropas de la insurrección franquista. Permaneció en Cox hasta terminada la guerra. De su pueblo natal, Orihuela, no recibió ayuda ni protección. Tras encomendar por carta a su mujer y a su hijo a Miguel Cossío partió para Sevilla en busca de Jorge Guillén y otros amigos.
El poeta falangista Eduardo Llorent Marañón le recomendó a un amigo en Sevilla, pero no funcionó y continuó vagando por Andalucía en busca del poeta gaditano Pedro Pérez Clotet, por si le consiguiese un trabajo en el campo. La última carta dirigida a Josefina como hombre libre data del 29 de abril de 1939.
Detenido por la policía portuguesa en Moura, fue entregado el día 3 de mayo a las autoridades españolas en Rosal de la Frontera, donde fue sometido a un interrogatorio inclemente. Salvó, de momento, la vida, aconsejando a sus torturadores no se repitiera lo de Lorca, algo poco recomendable para el régimen, dada su repercusión internacional.
La primera carta de hombre encarcelado se la remitió a Josefina el 6 de mayo; en ella le pedía ayuda para ser trasladado a Orihuela. Le relata también cómo es humillado y apalizado: su irrenunciable lealtad a su ideología política le llevó a ser golpeado hasta orinar sangre.
De Huelva fue trasladado a Madrid el 9 de mayo y allí permaneció detenido “ignorando las causas”: casi tres semanas después de su traslado a Madrid , aun se desconocía oficialmente la situación legal de Miguel Hernández.
Excarcelado por oficio gubernativo, fue puesto en libertad de forma insólita el 15 de septiembre de 1939 por el gobernador civil de Madrid, y, en consecuencia, el 7 de octubre no pudo celebrarse el juicio sumarísimo por incomparecencia del acusado. El 9 de octubre se decreta de nuevo su búsqueda.
Terminando su periplo por diferentes cárceles y encierros, fue condenado a muerte el 30 de enero de 1940. Seis meses después, Franco le conmutó la pena por la de treinta años de reclusión mayor. El 29 de junio de 1941, procedente del de Ocaña, ingresó en el Reformatorio de Adultos de Alicante.
La falta de organización, la negligencia, la ineficacia administrativa de un gobierno golpista preocupado en eliminar toda la población opuesta o con capacidad de cuestionamiento haciendo uso de los juicios sumarísimos, tema este merecedor de una sección propia, llevaron a la excarcelación momentánea del poeta y a la aparición de dos juicios sumarísimos de urgencia paralelos, uno de los cuales continuó instruyéndose después de su muerte, hasta que el 19 de junio de 1942 el auditor de guerra de Alicante decretara el sobreseimiento de estas acusaciones por óbito. El 28 de marzo había muerto Miguel Hernández. Las irregularidades en el proceso hacen farragoso entender cuáles fueron los cargos de los que fue acusado; básicamente de su labor propagandística y periodística, su participación en el 5º Regimiento, su ideología comunista, aderezado todo esto con los informes adversos enviados por el alcalde de Orihuela.
La etapa de encarcelamiento del poeta es una de las más intensas por él vividas, incluyendo en la intensidad la producción literaria poética y epistolar. Gracias a la conservación de las cartas recibidas y enviadas durante esta época podemos comprobar la dignidad inquebrantable del hombre que supo estar por encima de la actitud de los intelectuales, aceptando el aislamiento y la soledad reflejada en sus últimos poemas. Del hombre que supo estar en su sitio superando el miedo a la muerte ante las ofertas ignominiosas de salvación.
Bibliografía: El otro sumarísimo contra Miguel Hernández / E. Cerdán Tato
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