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El objetivo de este blog es la difusión de la labor periodística y revolucionaria de Miguel Hernández, de quien principalmente se conoce su ...

jueves, 2 de enero de 2025

Escuela de Vallecas

Cambio de paradigma en el pensamiento y la sensibilidad del poeta.

 Durante su estancia en la capital madrileña en 1934, Miguel Hernández pudo conocer La escuela de Vallecas, conectando en particular con la sensibilidad de algunos de sus miembros, como Benjamín Palencia, Alberto Sánchez y Maruja Mallo, una sensibilidad en conexión con el origen del poeta, con el punto de mira puesto en el campo, en la tierra, en lo rural, desarrollada con los campos de Castilla como referencia. De suma importancia fueron para el desarrollo de la obra de Miguel Hernández los paseos por los campos de Vallecas en compañía de Alberto Sánchez, original de un pueblo de Toledo, como Benjamín Palencia lo fuera de otro de Albacete. Es a este último a quien le pide la realización de las ilustraciones de su poemario "El rayo que no cesa."

La estancia en Madrid llevaría a Miguel Hernández a un cambio radical tanto en su manera de ver la vida como en su obra. Con una fuerte influencia religiosa en su educación, abandonará el conservadurismo que venía arrastrando desde Orihuela para cambiarlo por la liberación de un medio urbano, laico, libre de la opresión de las gentes por las gentes propia de los pueblos de la España de la época, atenazados por las costumbres, el caciquismo y la Iglesia. Dentro de la labor opresora de la Iglesia, se debe de llamar la atención sobre el importante papel jugado por la mujer como transmisora de sus valores. No es de extrañar pues, que en la búsqueda de la libertad, Miguel Hernández viviera romances o mantuviera estrecha amistad y correspondencia con mujeres como Maruja Mallo y María Cegarra.

Miguel Hernández comienza a ver el campo como un valor estético lejos del carácter católico moralizante impreso anteriormente en sus versos. Aprende a disfrutar del paisaje sin buscarle simbolismos teológicos. Podemos ver la enorme diferencia entre La Morada, poema dedicado a María Zambrano, colaboradora de la revista Cruz y Raya y con quien fue puesto en contacto por José Bergamín en el verano de 1934, durante su viaje a Madrid con motivo de la publicación en dicha revista de su auto Quien te ha visto y Quién te ve y Sombra de lo que eras, con las palabras dedicadas a Alberto Sánchez en Alberto el vehemente, escrito en 1935.


¡Apunta Dios!, la espiga, en el sembrado,

florece Dios, la vid, la flor del vino.
[...] Pan y pan, vino y vino,
Dios y Dios, tierra y cielo [... ]
¡Qué morada es Castilla!
¡qué morada de Dios y qué amarilla!
¡Qué solemne morada
de Dios la tierra arada, enamorada,


A puñetazos y dentelladas están hechos sus montes,

sus esculturas, pues no quiere más cincel que su
puño ni más martillo que su sensualidad. Este es el
hombre. Va descalzo, desnudo y sin sombrero sobre
los rastrojos agresores y las piedras voraces, y no
teme, pero busca los alacranes y las víboras para
entusiasmar a palos y a pedradas el rencor y el veneno de siempre [...] el toro en celo, la piedra en
corriente, el hacha en alto y el hombre en trabajo. Y
todo lo recoge y cuaja en piedra, carbón y arcilla. Es
el único escultor del rayo [...] 


Como le confesará el propio poeta a Juan Guerrero Ruíz  en una carta en 1935, el recuero del auto antes citado le causa vergüenza:


Ha pasado algún tiempo desde la publicación de esta

obra, y ni pienso ni siento muchas cosas de las que
digo allí [en el auto], ni tengo nada que ver con la
política católica y dañina de Cruz y Raya, ni mucho
menos con la exacerbada y triste revista de nuestro
amigo Sijé.
En el último número aparecido recientemente en El
Gallo Crisis sale un poema mío escrito hace seis o
siete meses: todo él me suena extraño. Estoy harto y
arrepentido de haber hecho cosas al servicio de Dios
y de la tontería católica. Me dedico única y exclusivamente a

la canción y a la vida de tierra y sangre adentro: estaba mintiendo 

a mi voz y a mi naturaleza terrena hasta más no poder, estaba traicionándome

y suicidándome tristemente.


De las ataduras y la oscuridad del pensamiento religioso a la vitalidad y la luminosidad de la naturaleza por la naturaleza y la vida por la vida, liberación expresada en los versos de su poema Sonreídme:


Me libré de los templos: sonreídme,

donde me consumía con tristeza de lámpara
encerrado en el poco aire de los sagrarios.
Salté al monte de donde procedo,
a las viñas donde halla tanta hermana mi sangre,
a vuestra compañía de relativo barro.


Los compañeros de la Escuela de Vallecas ayudaron a Miguel Hernández más que a descubrir la vida a reencontrarse con ella. No es casualidad que la Escuela tomara el nombre de un barrio obrero ubicado entonces en las afueras de Madrid; es una correspondencia con los ideales de sus miembros, en particular con Alberto Sánchez, quien, tras la Exposición de Artistas Ibéricos no marchó a París, sino que decidió quedarse a resignificar el arte nacional, abriendo camino a la creación de un arte revolucionario. De ahí los largos paseos por la campiña vallecana antes aludidos a los cuales se uniría Benjamín Palencia, y también Maruja Mallo, Rafael Alberti y el propio Miguel Hernández quien llegó a escribir un ensayo sobre el escultor toledano, alabando su forma de exaltar la vida del campo.


vida rural que se meta en mi vida, como un lucero
cruzando el espacio; luz que aclare los sentidos de
los que anima a los cerros con carrascos, con vida, de
piedra, con alma de bueyes y espíritu de pájaro; también los machos y las hembras sobre los montes trazados en cono, con esparto y tomillo; y bramando
como el toro cantado por el cuclillo al sol del mediodía, en verano.

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