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El objetivo de este blog es la difusión de la labor periodística y revolucionaria de Miguel Hernández, de quien principalmente se conoce su ...

domingo, 16 de febrero de 2025

POESÍA


En esta nueva entrada editaremos poemas de Miguel Hernández siempre en relación con algún motivo que nos permita enlazar la lucha antifascista de hoy con la de ayer. En esta ocasión, citaremos los nombres de los poemas recitados por diversos artistas en el homenaje realizado al poeta el tres de marzo de dos mil veinte en el cementerio de la Almudena denunciando la vandálica actuación del Ayuntamiento de Madrid presidido por Almeida en representación del PP con el apoyo de Ciudadanos en el Gobierno y Vox en el exterior, quienes cuatro meses antes, en noviembre de dos mil diecinueve, arrancaron los nombres de las casi tres mil personas asesinadas mediante fusilamiento o garrote vil en las tapias del cementerio entre 1939 y 1945. La guerra estaba ya terminada, dichos crímenes, lo quieran reconocer o no, sucedieron sin provocación ni respuesta alguna, sino como forma de gobierno.


Esta es la lista de los poemas recitados aquel día en repulsa a tal acción, en la cual, sin avisar a los familiares de las personas ejecutadas, de nuevo los fascistas burlaron y se burlaron del dolor de las víctimas y sus seres queridos:


Yo sé que ver y oír a un triste enfada

cuando se viene y va de la alegría

como un mar meridiano a una bahía,

a una región esquiva y desolada.


Lo que he sufrido y nada todo es nada

para lo que me queda todavía

que sufrir, el rigor de esta agonía

de andar de este cuchillo a aquella espada.


Me callaré, me apartaré si puedo

con mi constante pena instante, plena,

a donde ni has de oírme ni he de verte.


Me voy, me voy, me voy, pero me quedo,

pero me voy, desierto y sin arena:

adiós, amor, adiós, hasta la muerte.




Del Rayo que no cesa.1936  




Umbrío por la pena, casi bruno,
porque la pena tizna cuando estalla,
donde yo no me hallo no se halla
hombre más apenado que ninguno.


Sobre la pena duermo solo y uno,
pena es mi paz y pena mi batalla,
perro que ni me deja ni se calla,
siempre a su dueño fiel, pero importuno.


Cardos y penas llevo por corona,
cardos y penas siembran sus leopardos
y no me dejan bueno hueso alguno.


No podrá con la pena mi persona
rodeada de penas y de cardos:
¡cuánto penar para morirse uno!



Héroe. El rayo que no cesa.1936  


Sólo quien ama vuela.


Pero ¿quién ama tanto

que sea como el pájaro más leve y fugitivo?

Hundiendo va este odio reinante todo cuanto

quisiera remontarse directamente vivo.

Amar... Pero ¿quién ama? Volar... Pero ¿quién vuela?

Conquistaré el azul ávido de plumaje,

pero el amor, abajo siempre, se desconsuela

de no encontrar las alas que da cierto coraje.

Un ser ardiente, claro de deseos, alado,

quiso ascender, tener la libertad por nido.

Quiso olvidar que el hombre se aleja encadenado.

Donde faltaban plumas puso valor y olvido.

Iba tan alto a veces, que le resplandecía

sobre la piel el cielo, bajo la piel el ave.

Ser que te confundiste con una alondra un día,

te desplomaste otros como el granizo grave.

Ya sabes que las vidas de los demás son losas

con que tapiarte: cárceles con que tragar la tuya.

Pasa, vida, entre cuerpos, entre rejas hermosas.

A través de las rejas, libre la sangre afluya.

Triste instrumento alegre de vestir: apremiante

tubo de apetecer y respirar el fuego.

Espada devorada por el uso constante.

Cuerpo en cuyo horizonte cerrado me despliego.

No volarás. No puedes volar, cuerpo que vagas

por estas galerías donde el aire es mi nudo.

Por más que te debatas en ascender, naufragas.

No clamarás. El campo sigue desierto y mudo.

Los brazos no aletean. Son acaso una cola

que el corazón quisiera lanzar al firmamento.

La sangre se entristece de batirse sola.

Los ojos vuelven tristes de mal conocimiento.

Cada ciudad, dormida, despierta loca, exhala

un silencio de cárcel, de sueño que arde y llueve

como un élitro ronco de no poder ser ala.

El hombre yace. El cielo se eleva. El aire mueve.”


MIGUEL HERNÁNDEZ. Cárcel de Alicante, enero 1942.  


Regresará del llanto

adonde fue llevada
con su desierta mesa
con su ruinosa cama.

Florecerán los besos
sobre las almohadas.
Y en torno de los cuerpos
elevará la sábana
su intensa enredadera
nocturna, perfumada.

El odio se amortigua
detrás de la ventana.

Será la garra suave.

Dejadme la esperanza.



Canción última de El hombre acecha.1939  



Menos tu vientre,

todo es futuro

fugaz, pasado

baldío, turbio.


Menos tu vientre,

todo es oculto.


Menos tu vientre,

todo inseguro,

todo postrero,

polvo sin mundo.


Menos tu vientre,

todo es oscuro.

Menos tu vientre

claro y profundo.




Del Romancero y cancionero de ausencias.1939  



Nacen puestos de gafas, y una piel de levita,
y una perilla obscena de culo de bellota,
y calvos, y caducos. Y nunca se les quita
la joroba que dentro del alma les explota.

Pedos con barbacana, ceremoniosos pedos,
de su senil niñez de polvo enlevitado,
pasan a la edad plena con polvo entre los dedos,
sonando a sepultura y oliendo a antepasado.

Parecen candeleros infelices, escobas
desplumadas, retiesas, con toga, con bonete:
una congregación de gallardas jorobas
con callos y verrugas al borde del retrete.

Con callos y verrugas, y coles y misales,
la dignidad del asno se rebela en la enjalma,
mirando estos cochinos tan espirituales

con callos y verrugas en la extension del alma.

Alma verruguicida, callicida la vuestra.
Habéis nacido tiesos como los monigotes,
y vivís de puntillas, levantando la diestra
para cornamentar la voz y los bigotes.

Saludáis con el ano, no arrugáis nunca el traje,
disimuláis los cuernos con laureles de lata.
No paráis en la tierra, siempre vais de viaje
por un pais de luna maquinal, mentecata.

Nacéis inventariados, morís previa promesa
de que seréis cubiertos de estatuas y coronas.
Vais como procesados por el sol, que procesa
aquello que señala delito en las personas.

Os alimenta el aire sangriento de un juzgado,
de un presidio siniestro de abogados y jueces.
Y concedéis los pedos por audiencia de un lado,
mientras del otro lado jodéis, meáis a veces.

Herís, crucificáis con ojos compasivos,
cadáveres de todas la horas y los días:
autos de poca fe, pastos de los archivos,
habláis desde los púlpitos de muchas tonterías.

Nunca tenga que ver yo con estos doctores,

estas enciclopedias ahumanas, aplastantes.
Nunca de estos filósofos me ataquen los humores,
porque sus agudezas me resultan laxantes.

Porque se ponen huecos igual que las gallinas
para eructar sandeces creyéndose profundos:
porque para pensar entran en las letrinas,
en abismos rellenos de folios moribundos.

Sentenciosas tinajas vacías, pero hinchadas,
se repliegan sus frentes igual que acordeones,
y ascienden y descienden, tortugas preocupadas,
y el corazón les late por no sé qué rincones.

No se han hecho para estos boñigos los barbechos,
no se han hecho para estos gusanos las manzanas.
Sólo hay chocolateras y sillones deshechos
para estas incoherencias reumáticas y canas.

Retretes de elegancia, cagan correctamente:
hijos de puta ansiosos de politiquerías,
publicidad y bombo, se corrigen la frente
y preparan el gesto de las fotografíasTemblad, hijos de puta, por vuestra puta suerte,

que unos soldados de alma patética deciden:
ellos son los que tratan la verdadera muerte,
ellos la verdadera, la ruda vida piden.

La vida es otra cosa, sucios señores míos,
más clara, menos turbia de folios, de oficinas.
Nadan radiantemente sus cuerpos en los ríos
y no usan esa cara de múltiples esquinas.

Nunca fuisteis muchachos, y queréis que persista
un mundo aparatoso de cartón estirado,
por donde el cartón vaya paticojo y turista,
rey entre maniquíes de pulso congelado.

Venís de la Edad Media donde no habéis nacido,
porque no sois del tiempo presente ni del ausente.
Os mata una verdad en el caduco nido:
la que impone la vida del siempre adolescente.

Yo soy viejo: tan viejo, que el primer hombre late
dentro de mis vividos y veintisiete años,
porque combato al tiempo y el tiempo me combate.
A vosotros, vencidos, os trata como a extraños

Yo soy viejo: tan viejo, que el primer hombre late
dentro de mis vividos y veintisiete años,
porque combato al tiempo y el tiempo me combate.
A vosotros, vencidos, os trata como a extraños.

2

Trapos, calcomanías, defunciones, objetos,
muladares de todo, tinajas, oquedades,
lápidas, catafalcos, legajos, mamotretos,
inscripciones, sudarios, menudencias, ruindades.

Polvos, palabrería, carcoma y escritura,
cornisas; orinales que quieren ser severos,
y se llevan la barba de goma a la cintura,
y duermen rodeados de siglos y sombreros.

Vilmente descosidos, pálidos de avaricia,
lo que más les preocupa de todo es el bolsillo.
Gotosos, desastrosos, malvados, la injusticia
se viste de acta en ellos con papel amarillo.

Los veréis adheridos a varios ministerios,
a varias oficinas por el ocio amuebladas.
Con el sexo en la boca canosa, van muy serios,
trucosos, maniobreros, persiguiendo embajadas.

Los veréis sumergidos entre trastos y coños

internacionalmente pagados, conocidos:
pasear por Ginebra los cojones bisoños
con cara de inventores mortalmente aburridos.

Son los que recomiendan y los recomendados.
La recomendación es su procedimiento.
Por recomendación agonizan sentados
donde la muerte cómoda pone su ayuntamiento.

Cuando van a acostarse, se quitan la careta,
el disfraz cotidiano, la diaria postura.
Ante su sordidez se nubla la peseta,
se agota en su paciencia la estatua más segura.

A veces de la mala digestión de estos cuervos
que quieren imponernos su vejez, su idioma,
que quieren que seamos lenguas esclavas, siervos,
dependen muchas vidas con signo de paloma.

A veces son marquesas íntimas de ambiciones,
insaciables de joyas, relumbronas de trato:
fracasadas de título, caballares de acciones,
dispuestas a llevar el mundo en el zapato.

Putonas de importancia, miden bien la sonrisa

con la categoría que quien las trata encierra:
políticas jetudas, desgastan la camisa
jodiendo mientras hablan del drama de la guerra.

Se cae de viejo el mundo con tanto malotaje.
Hijos de la rutina bisoja y contrahecha,
valoran a los hombres por el precio del traje,
cagan, y donde cagan colocan una fecha.

Van del hotel al banco, del hotel al paseo
con una cornamenta notable de aire insulso.
Es humillar al prójimo su más noble deseo,
y el esfuerzo mayor le hacen meando a pulso.

Hemos de destrozaros en vuestras legaciones,
en vuestros escenarios, en vuestras diplomacias.
Con ametralladoras cálidas y canciones
os ametralllaremos, prehistóricas desgracias.

Porque, sabed: llevamos mucha verdad metida
dentro del corazón, sangrando por la boca:
y os vencerá la ferrea juventud de la vida,
pues para tanta fuerza tanta maldad es poca.

La juventud, motores, ímpetus a raudales,
contra vosotros, viejos exhombres, plena llueve:
mueve unánimemente sus músculos frutales,
sus máquinas de abril contra vosotros mueve.

Viejos exhombres viejos: ni viejos tan siquiera.
La vejez es un don que cederá mi frente,
y a vuestro lado es joven como la primavera.
Sois la decrepitud andante y maloliente.

Sois mis enemiguitos: los del mundo que siento
rodar sobre mi pecho más claro cada día.
Y con un soplo sólo de mi caliente aliento,
con este soplo dicté vuestra agonía.




A los hombres viejos. De El hombre acecha 1939.  



Por los campos luchados se extienden los heridos.
Y de aquella extensión de cuerpos luchadores
salta un trigal de chorros calientes, extendidos
en roncos surtidores.


La sangre llueve siempre boca arriba, hacia el cielo.
Y las heridas suenan, igual que caracolas,
cuando hay en las heridas celeridad de vuelo,
esencia de las olas.


La sangre huele a mar, sabe a mar y a bodega.
La bodega del mar, del vino bravo, estalla
allí donde el herido palpitante se anega,
y florece y se halla.


Herido estoy, miradme: necesito más vidas.
La que contengo es poca para el gran cometido
de sangre que quisiera perder por las heridas.
Decid quién no fue herido.

Mi vida es una herida de juventud dichosa.
¡Ay de quien no esté herido, de quién jamás se siente
herido por la vida, ni en la vida reposa
herido alegremente!


Si hasta a los hospitales se va con alegría,
se convierten en huertos de heridas entreabiertas,
de adelfos florecidos ante la cirugía
de ensangrentadas puertas.


II

Para la libertad sangro, lucho, pervivo,
para la libertad, mis ojos y mis manos,
como un árbol carnal, generoso y cautivo,
doy a los cirujanos.


Para la libertad siento más corazones
que arenas en mi pecho: dan espumas mis venas,
y entro en los hospitales, y entro en los algodones
como en las azucenas. 

Para la libertad me desprendo a balazos
de los que han revolcado su estatua por el lodo.
Y me desprendo a golpes de mis pies, de mis brazos,
de mi casa, de todo.


Porque donde unas cuencas vacías amanezcan,
ella pondrá dos piedras de futura mirada
y hará que nuevos brazos y nuevas piernas crezcan
en la carne talada.


Retoñarán aladas de savia sin otoño
reliquias de mi cuerpo que pierdo en cada herida.
Porque soy como el árbol talado, que retoño:
porque aún tengo la vida.




El herido. De el hombre acecha 1939  



Fue una alegría de una sola vez,

de esas que no son nunca más iguales.

El corazón, lleno de historias tristes,

fue arrebatado por la claridades.


Fue una alegría como la mañana,

que puso azul el corazón, y grande,

más comunicativo su latido

más esbelta su cumbre aleteante.


Fue una alegría que dolió de tanto

encenderse, reírse, dilatarse.

Una mujer y yo la recogimos

desde un niño rodado de su carne.


Fue una alegría en el amanecer

más virginal que todas las verdades.

Se inflamaban los gallos, y callaron

atravesados por su misma sangre.


Fue la primera vez de la alegría,

la sola vez de su total imagen.

Las otras alegrías se quedaron

como granos de arena ante los mares.

Fue una alegría para siempre sola,

para siempre dorada, destellante.

Pero es una tristeza para siempre,

porque apenas nacida fue a enterrarse.




Del Cancionero y romancero de ausencias 1939  




Llegó con tres heridas:
la del amor,
la de la muerte,
la de la vida.


Con tres heridas viene:
la de la vida,
la del amor,
la de la muerte.


Con tres heridas yo:
la de la vida,
la de la muerte,
la del amor



De Cancionero y romancero de ausencias 1939.


Sobre la roja España blanca y roja,

blanca y fosforescente,

una historia de polvo se deshoja,

irrumpe un sol unánime, batiente.


Es un pleno de abriles,

una primaveral caballería,

que inunda de galopes los perfiles

de España: es el ejército del sol, de la alegría.


Desaparece la tristeza, el día

devorador, el marchitado tallo,

cuando, avasalladora llamarada,

galopa la alegría en un caballo

igual que una bandera desbocada. 

A su paso se paran los relojes,

las abejas, los niños se alborotan,

los vientres son más fértiles, más profusas las trojes,

saltan las piedras, los lagartos trotan.


Se hacen las carreteras de diamantes,

el horizonte lo perturban mieses

y otras visiones relampagueantes,

y se sienten felices los cipreses.


Avanza la alegría derrumbando montañas

y las bocas avanzan como escudos.

Se levanta la risa, se caen las telarañas

ante el chorro potente de los dientes desnudos.


La alegría es un huerto del corazón con mares

que a los hombres invaden de rugidos,

que a las mujeres muerden de collares

y a la piel de relámpagos transidos.

Alegraos por fin los carcomidos,

los desplomados bajo la tristeza:

salid de los vivientes ataúdes,

sacad de entre las piernas la cabeza,

caed en la alegría como grandes taludes.


Alegres animales,

la cabra, el gamo, el potro, las yeguadas,

se desposan delante de los hombres contentos.

Y paren las mujeres lanzando carcajadas,

desplegando su carne firmamentos.


Todo son jubilosos juramentos.

Cigarras, viñas, gallos incendiados,

los árboles del Sur: naranjos y nopales,

higueras y palmeras y granados,

y encima el mediodía curtiendo cereales. 

Se despedaza el agua en los zarzales:

las lágrimas no arrasan,

no duelen las espinas ni las flechas.

Y se grita ¡Salud! a todos los que pasan

con la boca anegada de cosechas.


Tiene el mundo otra cara. Se acerca lo remoto

en una muchedumbre de bocas y de brazos.

Se ve la muerte como un mueble roto,

como una blanca silla hecha pedazos.


Salí del llanto, me encontré en España,

en una plaza de hombres de fuego imperativo.

Supe que la tristeza corrompe, enturbia, daña...

Me alegré seriamente lo mismo que el olivo.





Juramento de la alegría de Viento del pueblo 1937   


La cebolla es escarcha

cerrada y pobre.
Escarcha de tus días
y de mis noches.
Hambre y cebolla,
hielo negro y escarcha
grande y redonda.


En la cuna del hambre
mi niño estaba.
Con sangre de cebolla
se amamantaba.
Pero tu sangre,
escarchada de azúcar,
cebolla y hambre.Una mujer morena

resuelta en luna
se derrama hilo a hilo
sobre la cuna.
Ríete, niño,
que te tragas la luna
cuando es preciso.


Alondra de mi casa,
ríete mucho.
Es tu risa en tus ojos
la luz del mundo.
Ríete tanto
que en el alma al oírte
bata el espacio.


Tu risa me hace libre,
me pone alas.
Soledades me quita,
cárcel me arranca.Boca que vuela,

corazón que en tus labios
relampaguea.


Es tu risa la espada
más victoriosa,
vencedor de las flores
y las alondras.
Rival del sol.
Porvenir de mis huesos
y de mi amor.


La carne aleteante,
súbito el párpado,
el niño como nunca
coloreado.
¡Cuánto jilguero
se remonta, aletea,
desde tu cuerpo!


Desperté de ser niño:

nunca despiertes.
Triste llevo la boca:
ríete siempre.
Siempre en la cuna,
defendiendo la risa
pluma por pluma.


Ser de vuelo tan alto,
tan extendido,
que tu carne es el cielo
recién nacido.
¡Si yo pudiera
remontarme al origen
de tu carrera!


Al octavo mes ríes
con cinco azahares.
Con cinco diminutasferocidades.

Con cinco dientes
como cinco jazmines
adolescentes.


Frontera de los besos
serán mañana,
cuando en la dentadura
sientas un arma.
Sientas un fuego
correr dientes abajo
buscando el centro.


Vuela niño en la doble
luna del pecho:
él, triste de cebolla,
tú, satisfecho.
No te derrumbes.
No sepas lo que pasa

ni lo que ocurre.



Nanas de la cebolla. De cancionero y romancero de ausencias. 1939



https://www.youtube.com/watch?v=BLNgb24Drcs


En este enlace encontraréis la voz de Bernardo Fuster, de Suburbano, cantando Rosario Dinamitera, como cantó el día del homenaje.


El Cancionero y romancero de audencias fue escrito en prisión, entre 1938 y 1941, en el largo periplo carcelario del poeta. No se editó hasta 1958.


Como podéis ver, casi todas las poesías elegidas para recitar aquel día pertenencen a la última etapa, la más dura, de la vida de Miguel Hernández.




Fue una alegría de una sola vez,

de esas que no son nunca más iguales.
El corazón, lleno de historias tristes,
fue arrebatado por las claridades.

Fue una alegría como la mañana,
que puso azul el corazón, y grande,
más comunicativo su latido,
más esbelta su cumbre aleteante.

Fue una alegría que dolió de tanto
encenderse, reírse, dilatarse.
Una mujer y yo la recogimos
desde un niño rodado de su carne.

Fue una alegría en el amanecer
más virginal de todas las verdades.
Se inflamaban los gallos, y callaron
atravesados por su misma sangre.

Fue la primera vez de la alegría
la sola vez de su total imagen.
Las otras alegrías se quedaron
como granos de arena ante los mares.

Fue una alegría para siempre sola,
para siempre dorada, destellante.
Pero es una tristeza para siempre,
porque apenas nacida fue a enterrarse.