En esta nueva entrada editaremos poemas de Miguel Hernández siempre en relación con algún motivo que nos permita enlazar la lucha antifascista de hoy con la de ayer. En esta ocasión, citaremos los nombres de los poemas recitados por diversos artistas en el homenaje realizado al poeta el tres de marzo de dos mil veinte en el cementerio de la Almudena denunciando la vandálica actuación del Ayuntamiento de Madrid presidido por Almeida en representación del PP con el apoyo de Ciudadanos en el Gobierno y Vox en el exterior, quienes cuatro meses antes, en noviembre de dos mil diecinueve, arrancaron los nombres de las casi tres mil personas asesinadas mediante fusilamiento o garrote vil en las tapias del cementerio entre 1939 y 1945. La guerra estaba ya terminada, dichos crímenes, lo quieran reconocer o no, sucedieron sin provocación ni respuesta alguna, sino como forma de gobierno.
Esta es la lista de los poemas recitados aquel día en repulsa a tal acción, en la cual, sin avisar a los familiares de las personas ejecutadas, de nuevo los fascistas burlaron y se burlaron del dolor de las víctimas y sus seres queridos:
Yo sé que ver y oír a un triste enfada
cuando se viene y va de la alegría
como un mar meridiano a una bahía,
a una región esquiva y desolada.
Lo que he sufrido y nada todo es nada
para lo que me queda todavía
que sufrir, el rigor de esta agonía
de andar de este cuchillo a aquella espada.
Me callaré, me apartaré si puedo
con mi constante pena instante, plena,
a donde ni has de oírme ni he de verte.
Me voy, me voy, me voy, pero me quedo,
pero me voy, desierto y sin arena:
adiós, amor, adiós, hasta la muerte.
Del Rayo que no cesa.1936
Umbrío por la pena, casi bruno,
porque
la pena tizna cuando estalla,
donde yo no me hallo no se
halla
hombre más apenado que ninguno.
Sobre la pena duermo solo y uno,
pena
es mi paz y pena mi batalla,
perro que ni me deja ni se
calla,
siempre a su dueño fiel, pero importuno.
Cardos y penas llevo por corona,
cardos
y penas siembran sus leopardos
y no me dejan bueno hueso alguno.
No podrá con la pena mi
persona
rodeada de penas y de cardos:
¡cuánto penar para
morirse uno!
Héroe. El rayo que no cesa.1936
Sólo quien ama vuela.
Pero ¿quién ama tanto
que sea como el pájaro más leve y fugitivo?
Hundiendo va este odio reinante todo cuanto
quisiera remontarse directamente vivo.
Amar... Pero ¿quién ama? Volar... Pero ¿quién vuela?
Conquistaré el azul ávido de plumaje,
pero el amor, abajo siempre, se desconsuela
de no encontrar las alas que da cierto coraje.
Un ser ardiente, claro de deseos, alado,
quiso ascender, tener la libertad por nido.
Quiso olvidar que el hombre se aleja encadenado.
Donde faltaban plumas puso valor y olvido.
Iba tan alto a veces, que le resplandecía
sobre la piel el cielo, bajo la piel el ave.
Ser que te confundiste con una alondra un día,
te desplomaste otros como el granizo grave.
Ya sabes que las vidas de los demás son losas
con que tapiarte: cárceles con que tragar la tuya.
Pasa, vida, entre cuerpos, entre rejas hermosas.
A través de las rejas, libre la sangre afluya.
Triste instrumento alegre de vestir: apremiante
tubo de apetecer y respirar el fuego.
Espada devorada por el uso constante.
Cuerpo en cuyo horizonte cerrado me despliego.
No volarás. No puedes volar, cuerpo que vagas
por estas galerías donde el aire es mi nudo.
Por más que te debatas en ascender, naufragas.
No clamarás. El campo sigue desierto y mudo.
Los brazos no aletean. Son acaso una cola
que el corazón quisiera lanzar al firmamento.
La sangre se entristece de batirse sola.
Los ojos vuelven tristes de mal conocimiento.
Cada ciudad, dormida, despierta loca, exhala
un silencio de cárcel, de sueño que arde y llueve
como un élitro ronco de no poder ser ala.
El hombre yace. El cielo se eleva. El aire mueve.”
MIGUEL HERNÁNDEZ. Cárcel de Alicante, enero 1942.
Regresará del llanto
adonde fue llevada
con su desierta
mesa
con su ruinosa cama.
Florecerán los besos
sobre
las almohadas.
Y en torno de los cuerpos
elevará la sábana
su
intensa enredadera
nocturna, perfumada.
El odio se
amortigua
detrás de la ventana.
Será la garra suave.
Dejadme la esperanza.
Canción última de El hombre acecha.1939
Menos tu vientre,
todo es futuro
fugaz, pasado
baldío, turbio.
Menos tu vientre,
todo es oculto.
Menos tu vientre,
todo inseguro,
todo postrero,
polvo sin mundo.
Menos tu vientre,
todo es oscuro.
Menos tu vientre
claro y profundo.
Del Romancero y cancionero de ausencias.1939
Nacen puestos de gafas, y una piel de
levita,
y una perilla obscena de culo de bellota,
y calvos, y
caducos. Y nunca se les quita
la joroba que dentro del alma les
explota.
Pedos con barbacana, ceremoniosos
pedos,
de su senil niñez de polvo enlevitado,
pasan a la edad
plena con polvo entre los dedos,
sonando a sepultura y oliendo a
antepasado.
Parecen candeleros infelices,
escobas
desplumadas, retiesas, con toga, con bonete:
una
congregación de gallardas jorobas
con callos y verrugas al borde
del retrete.
Con callos y verrugas, y coles y
misales,
la dignidad del asno se rebela en la enjalma,
mirando
estos cochinos tan espirituales
con callos y verrugas en la extension del alma.
Alma verruguicida, callicida la
vuestra.
Habéis nacido tiesos como los monigotes,
y vivís de
puntillas, levantando la diestra
para cornamentar la voz y los
bigotes.
Saludáis con el ano, no arrugáis
nunca el traje,
disimuláis los cuernos con laureles de lata.
No
paráis en la tierra, siempre vais de viaje
por un pais de luna
maquinal, mentecata.
Nacéis inventariados, morís previa
promesa
de que seréis cubiertos de estatuas y coronas.
Vais
como procesados por el sol, que procesa
aquello que señala delito
en las personas.
Os alimenta el aire sangriento de un
juzgado,
de un presidio siniestro de abogados y jueces.
Y
concedéis los pedos por audiencia de un lado,
mientras del otro
lado jodéis, meáis a veces.
Herís, crucificáis con ojos
compasivos,
cadáveres de todas la horas y los días:
autos de
poca fe, pastos de los archivos,
habláis desde los púlpitos de
muchas tonterías.
Nunca tenga que ver yo con estos doctores,
estas enciclopedias ahumanas,
aplastantes.
Nunca de estos filósofos me ataquen los
humores,
porque sus agudezas me resultan laxantes.
Porque se ponen huecos igual que las
gallinas
para eructar sandeces creyéndose profundos:
porque
para pensar entran en las letrinas,
en abismos rellenos de folios
moribundos.
Sentenciosas tinajas vacías, pero
hinchadas,
se repliegan sus frentes igual que acordeones,
y
ascienden y descienden, tortugas preocupadas,
y el corazón les
late por no sé qué rincones.
No se han hecho para estos boñigos los
barbechos,
no se han hecho para estos gusanos las manzanas.
Sólo
hay chocolateras y sillones deshechos
para estas incoherencias
reumáticas y canas.
Retretes de elegancia, cagan
correctamente:
hijos de puta ansiosos de politiquerías,
publicidad
y bombo, se corrigen la frente
y preparan el gesto de las
fotografíasTemblad, hijos de puta, por vuestra puta suerte,
que unos soldados de alma patética
deciden:
ellos son los que tratan la verdadera muerte,
ellos la
verdadera, la ruda vida piden.
La vida es otra cosa, sucios señores
míos,
más clara, menos turbia de folios, de oficinas.
Nadan
radiantemente sus cuerpos en los ríos
y no usan esa cara de
múltiples esquinas.
Nunca fuisteis muchachos, y queréis
que persista
un mundo aparatoso de cartón estirado,
por donde
el cartón vaya paticojo y turista,
rey entre maniquíes de pulso
congelado.
Venís de la Edad Media donde no habéis
nacido,
porque no sois del tiempo presente ni del ausente.
Os
mata una verdad en el caduco nido:
la que impone la vida del
siempre adolescente.
Yo soy viejo: tan viejo, que el primer
hombre late
dentro de mis vividos y veintisiete años,
porque
combato al tiempo y el tiempo me combate.
A vosotros, vencidos, os
trata como a extraños
Yo soy viejo: tan viejo, que el primer
hombre late
dentro de mis vividos y veintisiete años,
porque
combato al tiempo y el tiempo me combate.
A vosotros, vencidos, os
trata como a extraños.
2
Trapos, calcomanías, defunciones,
objetos,
muladares de todo, tinajas, oquedades,
lápidas,
catafalcos, legajos, mamotretos,
inscripciones, sudarios,
menudencias, ruindades.
Polvos, palabrería, carcoma y
escritura,
cornisas; orinales que quieren ser severos,
y se
llevan la barba de goma a la cintura,
y duermen rodeados de siglos
y sombreros.
Vilmente descosidos, pálidos de
avaricia,
lo que más les preocupa de todo es el
bolsillo.
Gotosos, desastrosos, malvados, la injusticia
se
viste de acta en ellos con papel amarillo.
Los veréis adheridos a varios
ministerios,
a varias oficinas por el ocio amuebladas.
Con el
sexo en la boca canosa, van muy serios,
trucosos, maniobreros,
persiguiendo embajadas.
Los veréis sumergidos entre trastos y coños
internacionalmente pagados,
conocidos:
pasear por Ginebra los cojones bisoños
con cara de
inventores mortalmente aburridos.
Son los que recomiendan y los
recomendados.
La recomendación es su procedimiento.
Por
recomendación agonizan sentados
donde la muerte cómoda pone su
ayuntamiento.
Cuando van a acostarse, se quitan la
careta,
el disfraz cotidiano, la diaria postura.
Ante su
sordidez se nubla la peseta,
se agota en su paciencia la estatua
más segura.
A veces de la mala digestión de estos
cuervos
que quieren imponernos su vejez, su idioma,
que quieren
que seamos lenguas esclavas, siervos,
dependen muchas vidas con
signo de paloma.
A veces son marquesas íntimas de
ambiciones,
insaciables de joyas, relumbronas de trato:
fracasadas
de título, caballares de acciones,
dispuestas a llevar el mundo
en el zapato.
Putonas de importancia, miden bien la sonrisa
con la categoría que quien las trata
encierra:
políticas jetudas, desgastan la camisa
jodiendo
mientras hablan del drama de la guerra.
Se cae de viejo el mundo con tanto
malotaje.
Hijos de la rutina bisoja y contrahecha,
valoran a
los hombres por el precio del traje,
cagan, y donde cagan colocan
una fecha.
Van del hotel al banco, del hotel al
paseo
con una cornamenta notable de aire insulso.
Es humillar
al prójimo su más noble deseo,
y el esfuerzo mayor le hacen
meando a pulso.
Hemos de destrozaros en vuestras
legaciones,
en vuestros escenarios, en vuestras diplomacias.
Con
ametralladoras cálidas y canciones
os ametralllaremos,
prehistóricas desgracias.
Porque, sabed: llevamos mucha verdad
metida
dentro del corazón, sangrando por la boca:
y os vencerá
la ferrea juventud de la vida,
pues para tanta fuerza tanta maldad
es poca.
La juventud, motores, ímpetus a
raudales,
contra vosotros, viejos exhombres, plena llueve:
mueve
unánimemente sus músculos frutales,
sus máquinas de abril
contra vosotros mueve.
Viejos exhombres viejos: ni viejos tan
siquiera.
La vejez es un don que cederá mi frente,
y a vuestro
lado es joven como la primavera.
Sois la decrepitud andante y
maloliente.
Sois mis enemiguitos: los del mundo que
siento
rodar sobre mi pecho más claro cada día.
Y con un
soplo sólo de mi caliente aliento,
con este soplo dicté vuestra
agonía.
A los hombres viejos. De El hombre acecha 1939.
Por los campos luchados se extienden
los heridos.
Y de aquella extensión de cuerpos luchadores
salta
un trigal de chorros calientes, extendidos
en roncos surtidores.
La sangre llueve siempre boca arriba,
hacia el cielo.
Y las heridas suenan, igual que caracolas,
cuando
hay en las heridas celeridad de vuelo,
esencia de las olas.
La sangre huele a mar, sabe a mar y a
bodega.
La bodega del mar, del vino bravo, estalla
allí donde
el herido palpitante se anega,
y florece y se halla.
Herido estoy, miradme: necesito más
vidas.
La que contengo es poca para el gran cometido
de sangre
que quisiera perder por las heridas.
Decid quién no fue herido.
Mi vida es una herida de juventud
dichosa.
¡Ay de quien no esté herido, de quién jamás se
siente
herido por la vida, ni en la vida reposa
herido
alegremente!
Si hasta a los hospitales se va con
alegría,
se convierten en huertos de heridas entreabiertas,
de
adelfos florecidos ante la cirugía
de ensangrentadas puertas.
II
Para la libertad sangro, lucho,
pervivo,
para la libertad, mis ojos y mis manos,
como un árbol
carnal, generoso y cautivo,
doy a los cirujanos.
Para la libertad siento más
corazones
que arenas en mi pecho: dan espumas mis venas,
y
entro en los hospitales, y entro en los algodones
como en las
azucenas.
Para la libertad me desprendo a
balazos
de los que han revolcado su estatua por el lodo.
Y me
desprendo a golpes de mis pies, de mis brazos,
de mi casa, de
todo.
Porque donde unas cuencas vacías
amanezcan,
ella pondrá dos piedras de futura mirada
y hará
que nuevos brazos y nuevas piernas crezcan
en la carne talada.
Retoñarán aladas de savia sin
otoño
reliquias de mi cuerpo que pierdo en cada herida.
Porque
soy como el árbol talado, que retoño:
porque aún tengo la vida.
El herido. De el hombre acecha 1939
Fue una alegría de una sola vez,
de esas que no son nunca más iguales.
El corazón, lleno de historias tristes,
fue arrebatado por la claridades.
Fue una alegría como la mañana,
que puso azul el corazón, y grande,
más comunicativo su latido
más esbelta su cumbre aleteante.
Fue una alegría que dolió de
tanto
encenderse, reírse, dilatarse.
Una mujer y yo la recogimos
desde un niño rodado de su carne.
Fue una alegría en el amanecer
más virginal que todas las verdades.
Se inflamaban los gallos, y callaron
atravesados por su misma sangre.
Fue la primera vez de la alegría,
la sola vez de su total imagen.
Las otras alegrías se quedaron
como granos de arena ante los mares.
Fue una alegría para siempre sola,
para siempre dorada, destellante.
Pero es una tristeza para siempre,
porque apenas nacida fue a enterrarse.
Del Cancionero y romancero de ausencias 1939
Llegó con tres heridas:
la del
amor,
la de la muerte,
la de la vida.
Con tres heridas viene:
la de la
vida,
la del amor,
la de la muerte.
Con tres heridas yo:
la de la
vida,
la de la muerte,
la del amor
De Cancionero y romancero de ausencias 1939.
Sobre la roja España blanca y roja,
blanca y fosforescente,
una historia de polvo se deshoja,
irrumpe un sol unánime, batiente.
Es un pleno de abriles,
una primaveral caballería,
que inunda de galopes los perfiles
de España: es el ejército del sol, de la alegría.
Desaparece la tristeza, el día
devorador, el marchitado tallo,
cuando, avasalladora llamarada,
galopa la alegría en un caballo
igual que una bandera desbocada.
A su paso se paran los relojes,
las abejas, los niños se alborotan,
los vientres son más fértiles, más profusas las trojes,
saltan las piedras, los lagartos trotan.
Se hacen las carreteras de diamantes,
el horizonte lo perturban mieses
y otras visiones relampagueantes,
y se sienten felices los cipreses.
Avanza la alegría derrumbando montañas
y las bocas avanzan como escudos.
Se levanta la risa, se caen las telarañas
ante el chorro potente de los dientes desnudos.
La alegría es un huerto del corazón con mares
que a los hombres invaden de rugidos,
que a las mujeres muerden de collares
y a la piel de relámpagos transidos.
Alegraos por fin los carcomidos,
los desplomados bajo la tristeza:
salid de los vivientes ataúdes,
sacad de entre las piernas la cabeza,
caed en la alegría como grandes taludes.
Alegres animales,
la cabra, el gamo, el potro, las yeguadas,
se desposan delante de los hombres contentos.
Y paren las mujeres lanzando carcajadas,
desplegando su carne firmamentos.
Todo son jubilosos juramentos.
Cigarras, viñas, gallos incendiados,
los árboles del Sur: naranjos y nopales,
higueras y palmeras y granados,
y encima el mediodía curtiendo cereales.
Se despedaza el agua en los zarzales:
las lágrimas no arrasan,
no duelen las espinas ni las flechas.
Y se grita ¡Salud! a todos los que pasan
con la boca anegada de cosechas.
Tiene el mundo otra cara. Se acerca lo remoto
en una muchedumbre de bocas y de brazos.
Se ve la muerte como un mueble roto,
como una blanca silla hecha pedazos.
Salí del llanto, me encontré en España,
en una plaza de hombres de fuego imperativo.
Supe que la tristeza corrompe, enturbia, daña...
Me alegré seriamente lo mismo que el olivo.
Juramento de la alegría de Viento
del pueblo 1937
La cebolla es escarcha
cerrada y pobre.
Escarcha de tus
días
y de mis noches.
Hambre y cebolla,
hielo negro y
escarcha
grande y redonda.
En la cuna del hambre
mi niño
estaba.
Con sangre de cebolla
se amamantaba.
Pero tu
sangre,
escarchada de azúcar,
cebolla y hambre.Una mujer
morena
resuelta en luna
se derrama hilo a
hilo
sobre la cuna.
Ríete, niño,
que te tragas la
luna
cuando es preciso.
Alondra de mi casa,
ríete mucho.
Es
tu risa en tus ojos
la luz del mundo.
Ríete tanto
que en el
alma al oírte
bata el espacio.
Tu risa me hace libre,
me pone
alas.
Soledades me quita,
cárcel me arranca.Boca que vuela,
corazón que en tus labios
relampaguea.
Es tu risa la espada
más
victoriosa,
vencedor de las flores
y las alondras.
Rival del
sol.
Porvenir de mis huesos
y de mi amor.
La carne aleteante,
súbito el
párpado,
el niño como nunca
coloreado.
¡Cuánto
jilguero
se remonta, aletea,
desde tu cuerpo!
Desperté de ser niño:
nunca despiertes.
Triste llevo la
boca:
ríete siempre.
Siempre en la cuna,
defendiendo la
risa
pluma por pluma.
Ser de vuelo tan alto,
tan
extendido,
que tu carne es el cielo
recién nacido.
¡Si yo
pudiera
remontarme al origen
de tu carrera!
Al octavo mes ríes
con cinco
azahares.
Con cinco diminutasferocidades.
Con cinco dientes
como cinco
jazmines
adolescentes.
Frontera de los besos
serán
mañana,
cuando en la dentadura
sientas un arma.
Sientas un
fuego
correr dientes abajo
buscando el centro.
Vuela niño en la doble
luna del
pecho:
él, triste de cebolla,
tú, satisfecho.
No te
derrumbes.
No sepas lo que pasa
ni lo que ocurre.
Nanas de la cebolla. De cancionero y romancero de ausencias. 1939
https://www.youtube.com/watch?v=BLNgb24Drcs
En este enlace encontraréis la voz de Bernardo Fuster, de Suburbano, cantando Rosario Dinamitera, como cantó el día del homenaje.
El Cancionero y romancero de audencias fue escrito en prisión, entre 1938 y 1941, en el largo periplo carcelario del poeta. No se editó hasta 1958.
Como podéis ver, casi todas las poesías elegidas para recitar aquel día pertenencen a la última etapa, la más dura, de la vida de Miguel Hernández.
Fue una alegría de una sola vez,
de esas que no son nunca más
iguales.
El corazón, lleno de historias tristes,
fue
arrebatado por las claridades.
Fue una alegría como la
mañana,
que puso azul el corazón, y grande,
más comunicativo
su latido,
más esbelta su cumbre aleteante.
Fue una
alegría que dolió de tanto
encenderse, reírse, dilatarse.
Una
mujer y yo la recogimos
desde un niño rodado de su carne.
Fue
una alegría en el amanecer
más virginal de todas las
verdades.
Se inflamaban los gallos, y callaron
atravesados por
su misma sangre.
Fue la primera vez de la alegría
la
sola vez de su total imagen.
Las otras alegrías se quedaron
como
granos de arena ante los mares.
Fue una alegría para siempre
sola,
para siempre dorada, destellante.
Pero es una tristeza
para siempre,
porque apenas nacida fue a enterrarse.